Son casi las 10:00 p.m. del domingo, las últimas horas de esta semana pesan más de lo común de estas horas previas al lunes. No es sólo el tema de la maldita auditoría de mañana en la oficina, ni la modorra que en los inconformes prola la idea de otros cinco días de trabajo; nada suele oprimir mi espalda tanto como la sensación de haber cometido un error.
¿En que consistiría mi error? Vamos por partes.
Mi amigo Luis se casa. Sí, un ingeniero de mi edad se casa a mediados del próximo mes, tal como me indicó el parte que tuve en mis manos hace unos días y la invitación por el sistema de correo de una conocida empresa de bodas. Se casa, no con la tormentosa mujer que hasta hace un año era "el gran amor de su vida", ni con la israelí que pensaba conquistar en uno de los cruceros a los que solía ir a cachuelearse, nada que ver. La madurez y la estabilidad llegaron a la casa del Rey Luis, encarnadas en una simpatiquísima lingüista que había conocido hace más de un par de años, y con la que llevaba conviviendo algunos meses, algo mayor que nosotros, pero que definitivamente había ganado un lugar entre los amigos no sólo por obligada afinidad con la que se recibe a la pareja de un brother.
Por supuesto, hice la llamada del caso en ese momento, compartiendo una inquietud neutra, completamente dependiente de la del novio. Luis simplemente se oía contento y eso bastaba para estar tranquilo, contento con su decisión, incentivándome a compartir la felicidad de alguien que se sirvió de la misma cazuela de emociones con uno, sobre la misma mesa, a luz o sombra. Como dije, emoción había por mi parte, neutra, aún esperando procesar un concepto que no se encuentra de forma suficiente en mi sistema.
Pasadas las horas, fui asimilando el concepto: David tuvo un itinerario rápido, decidió un buen día olvidar los tortuosos incidentes a los que alguna vez se vio forzado y también dejar en nada los cúmulos de arena sus planes de conquista del mundo en solitario. Simplemente se enamoró, se dejó enamorar y casi 30 meses después, decidió encaminar su propia vida, como muchos otros haremos en su momento. Además, era momento de ver el otro lado positivo: Este mega notición servía para que viejos amigos, alejados por la mundanidad de los horarios de oficina, la estrechez de los fines de semana y las distancias, volvieramos a conversar, a hablar hasta por teléfono fijo como cuando éramos cachimbos, y sobretodo, para acordar que nos encontraríamos en la iglesia, conversaríamos afuera e "iríamos a la recepción y chuparíamos con Luis hasta que se haga el uno, el dos y el tres".
Hasta ahí, todo sin dudas ni murmuraciones, todo indiscutiblemente bien en el circuito amical. Faltaba un solo número para marcar, y avisar que en unas semanas tendríamos que estar presentes en la boda de un gran amigo, en la ceremonia y en la fiesta, por lo que tendríamos que planificar bien el día, comprarnos algo bonito para la ocasión y pensar en un regalo. Luego de media hora pegado al auricular, colgué, en singular nuevamente, me vi en una segunda oscuridad que acompañaba a la de la sala de mi casa, ante la cual, sólo me quedó levantar las cejas y admitir verbalmente que, de alguna manera, me había metido un autogol al avisarle a mi enamorada sobre todo esto.
Han pasado 36 minutos, todavía me pregunto muchas cosas: ¿En verdad quiero ir acompañado al matrimonio de Luis? ¿O es que estoy creciendo, y con ello, cediendo a las presiones sociales de "no ir solo a un matriqui"? ¿Por qué en algúm momento, todo lo hice en plural y luego me arrepentí?
Y sobretodo, ¿por qué tengo tanta resistencia para ir a una boda con mi enamorada? ¿Por qué siento tan riesgoso el hecho de llevarla a un evento que implica el nivel máximo de compromiso? ¿Qué pasa conmigo? Esta última es la pregunta del millón, sobre la que debo admitir que ya esbocé más de tres respuestas, con distintas palabras e incluyendo diversas variables en cada una, pero todas con un significado común inadmisible para mí, por decir lo menos.
En fin, en los últimos cinco meses, no es la primera noche en la que siento que la he defecado olímpicamente, y siento que no será la última, entre otras cosas porque ya me metí al blog, y ya con esto hay una consigna subconsciente de tener un final agridulce que contar cada noche de domingo. Por supuesto, muchos de ustedes ya saben quien soy y que por lo pronto, sólo sé que debo hacer un blog conmigo.
